miércoles, 17 de octubre de 2012

Pero no sé desnudar a la eternidad.

"Sé cocinar platillos con todas las letras del abecedario y conozco el tiempo exacto para preparar un café perfecto.



Sé también el tiempo que dura un día y conozco a la perfección el sol y la luna. Conozco más de lo que creo y sé más de lo que quiero. Pero no me conozco del todo.




Estudio, trabajo, canto, escribo y soy consejera de quien lo necesita y de quién no también. Tengo defectos también, beso a quien me gusta sin poderme controlar, lloro con canciones y a veces no puedo hablar por teléfono sin que se me quiebre la voz. Hablo cantado y me río gracioso. Pero el mayor de todos, el que más está presente es mi incontrolable gusto por escribir.




Escribo para mi, escribo para ti, escribo para él y también para ella. Para ese y por qué no para esa.



Con las letras me conozco, me duelo, me lloro, me siento, me vivo, me ignoro, me pierdo, me divierto, me soy. Escribo por las noches cuando me siento triste, escribo también por los días cuando estoy aburrida. Escribo en fines de semana y en días feriados, en vacaciones y en días ocupados.



Le hablo al tú por tú a los sentimientos y los desnudo para comprender por unos segundo su rara anatomía y grabarlos en mis lienzos. Acomodo las palabras idóneas en una manera tan armónica que me asusta, que asusta.



Las letras siempre están ahí para mi, pero yo no siempre para ellas, a veces las evito y las ignoro por que ellas siempre me dicen la verdad, aunque duela, aunque lastime, aunque mate.


A pesar de todo esto soy feliz escribiendo, soy plena soltando versos y palabras. Aunque no me conozco del todo parece que así lo fuera, sonrió y lloro.

Me quedó para siempre en las letras, siendo ellas una parte de mi y yo una parte de ellas. 

Espero que cuando alguien lea alguno de mis textos me recuerde, y sepa que, sin querer y sin saberlo, ese texto es también para ella, que lo disfrute, que lo viva por que al hacer eso yo viviré por siempre, su corazón, en el mío, en las letras, en el espacio, en el todo."




Él, el amiguito frutal.

sábado, 7 de abril de 2012

Día 36: "¡Y no vuelvas!"

Hola. Sé que tenemos tiempo sin estar bien, que el frío por el que siempre rogamos nunca llegará a nosotros a pesar de los problemas llego, y que no podemos dialogar demasiado. A pesar de éso, voy a pedirte un favor, o mejor dicho, voy a pedirte EL favor. Tú eres la única persona que sabe dónde guardo mi caja, mi caja de los recuerdos. Tú sabes que trate de vaciarla de ti, porque ocupas demasiado espacio, y no puedes estar eternamente ahí, porque llegan personas a las que me encantaría hacerles un hueco aunque sea pequeñito, y porque duele tenerte siempre ahí, cuando realmente no quiero hacerlo. Saqué todo de la caja, quité todo lo que tuviera que ver con tu recuerdo. Eliminé toda prueba para que, cuando volviese a abrir la caja tú ya no estuvieses ahí.Yo saqué TODO, te repito. No quedaba nada de ti en esta estúpida caja roja, que ni siquiera es profunda, ¡ni siquiera mide 15 centímetros! Pero entonces, ¿cómo no vi el recuerdo que más quería olvidar? ¿Cómo pude omitir sacarlo si estaba ahí, junto a todos los demás? ¡Sí, olvide sacar que te quiero! Pero tú eres la única persona que sabe dónde guardo mi caja... Así que, te pido lo siguiente: No vuelvas a entrar en silencio mientras duermo a revivir lo que siento y recordarme que todavía no he sido capaz de olvidarte. No lo hagas. He hecho todo lo que debía: borré tus mensajes, dejé de buscarte, olvidé que te deseaba, extravié tu recuerdo, tu olor, tu forma de sonreír, perdí la paciencia para esperarte, maldije 55 veces haberte conocido, aborrecí dedicarte acordes que nunca escucharías, odié tu nombre,  tus manos, ignoré las canciones que te dediqué, tu manera de llamarme, tus ojos, tu estúpida manía de enfadarte si no te hacía caso...Lo hice todo para dejar de suspirar por ti. Todomenos dejar de escribir que aún no te he olvidado.

lunes, 2 de abril de 2012

Así eres tú.

No sé si te empeñes o sólo así, de la nada, tú logres  hacer de lo más desagradable cada conversación trivial conmigo. Dos minutos, dos minutos de tu "yo" sensible, de tu "yo" que me hace reír al parecer es algo muy difícil. Subir en elevador con el vecino más cabrón es más agradable, es menos sofocante y te juro que sigo sin entender por qué. Te juro que me matas a cada segundo, te lo juro. Y te lo juro porque llevas monopolizando mi cerebro los últimos cuarenta y cinco días, y no puedo más. Ya no me quedan ni lágrimas, ni ilusiones, ni esperanzas, ni ganas de seguir con ésto. Me queda aprender a vivir con ello, y ser feliz. Tal y cómo lo hacen el tuerto o el cojo, tendré que aprender a vivir con el corazón amputado. Ahora me pregunto si hay clínicas en las que te enseñen los gajes del oficio en ésta cosa del amor. Pero a pesar de éso, en el fondo sé que me haces un favor por ayudarme a dejarte atrás a ti y a tus estupideces. Casi creo que tendré que terminar dándote las gracias.

sábado, 31 de marzo de 2012

Antonio.

"Llevas tanto tiempo en mi vida, que no recuerdo nada más."


Ante mí se disponen miles de formas para responderte, de reaccionar, pero ninguna me parece adecuada para explicarte, con un par de frases, un par de gestos, que no quiero verte marchar, que no me es suficiente un “te extrañaré". Que no me es suficiente siete horas de teléfono, ni cincuenta cartas, ni infinitos mensajes. Que lo único que necesito eres tú, tú, tú, tú... 

Día 5. "La carta que nunca verás"

Mi pregunta fue clara, concisa. Te dije: "Dime sí, o un no, una mínima explicación." Pero lo poco que obtuve como respuesta fue un suspiro, una mirada que lo poco que me otorgaba era el peor de mis temores. Te irías, esa era la respuesta del silencio que me estabas regalando. Entendí eso de “El que calla otorga”. Sentí que debía suplicarte que te quedaras a mi lado, pero el único odio que pude llegar a sentir hacia ti salió desde lo más profundo de mi ser, para llegar al exterior, en forma de lágrima.  Recuerdo tu gesto, junto a tu sonrisa leve, tu mano agarrándome fuerte y prometiendo volver. No te creí, ¿para qué engañarnos? Sabía por experiencia que mentías, que me habías mentido mil veces, y que ahora no ibas a cambiar. Pero, aún sabiendo que me mentías, te abracé, con todas las fuerzas que me quedaban. Me dijiste esa cosa de “no te preocupes, esto no es el final”. Yo seguía sin creerte, pero hice el esfuerzo y  me tragué las pocas palabras (sólo amor, sólo "te amo")  que podía decirte.
Volviste a hablar, pero esta vez algo que me hizo apartarme de ti. Escuché un "No será igual, pero no quiero perderte. Te extrañaría.”, tan triste que me rozó la superficie del corazón, ese músculo que bombea más y más rápido mientras te escribo esta carta.
Te miré a los ojos, tan directamente que llegué a creer que nunca podría salir de allí. Abriste la boca para decir algo, y aunque nunca sabré qué, no me arrepiento de haberte creído, de haber creído que decías la verdad. De haber sentido lo que sentí y de nunca logar odiarte.

sábado, 24 de marzo de 2012

Bienvenida Primavera


Yo seguía con él por puro egoísmo. Porque me inspiraba, el dolor, lo que me hizo, lo que dejó de hacer, lo que sigue haciendo. Yo lo amé y me enganché a él como quién se cuelga de una nueva droga y se arruina y arruina a los demás por esa mierda. Y nunca supe salir de ahí. Se convirtió en un laberinto en mi manera de vivir, de mí nada salía, y a mi vida, a la que siempre entraban colores,sólo se le veía en tonos grises. Nunca volvimos a estar "juntos" desde aquello, a mirarnos sin que nadie nos observara, a callarnos y esperar que la química hiciese el resto. Nunca tuvimos el valor suficiente. Sólo nos dejábamos deleitar con presencias pactadas cuando nos reuníamos en algún lugar común. Nos regalábamos algunas de las risas que antaño hubieran hecho que esa noche la pasáramos juntos, y con las que ahora nos conformábamos para llevarnos un buen sabor de boca a la cama.
Siempre pensé que había gente a nuestro alrededor que se estaba dando cuenta de que había alguna pieza que no acababa de encajar, que todavía nos brillaba un poco el alma detrás de nuestros ojos. No lo pregunté, y él tampoco, de eso estoy segura. Notaba que él se contentaba con que yo hiciera algún que otro gesto de más, se sentía fuerte, como que no había apagado el fuego del todo y yo todavía seguía intentando saltar por encima de las llamas. Él reaccionaba de muchas maneras. O bien evitaba reaccionar a mis impulsos y hacerme sentir como la que perdió, o bien si yo llevaba rato sin dirigir la mirada hacia alguno de sus movimientos, corría a buscarme temeroso de que yo estuviera perdida en otros ojos o en otros labios. Y luego esperaba a que levantara la mirada e hiciera algún gesto que él pudiese traducir a su antojo en una respuesta que le hiciera feliz.
Yo sin embargo actuaba por puro instinto, sin hacer caso a mis lágrimas de ayer ni a mis sonrisas de mañana. No tenía una estrategia definida y por lo tanto jugaba a tentarle, a ponerlo nervioso, ¿qué se yo? A casi todo con tal de que él supiera que a pesar de todo, estaba ahí y seguía viva. Muy viva.
Ese comportamiento me ayudaba a seguir pero me hundía a la vez. Quería resignarme, darle la razón a la indiferencia, que todo pasase a un segundo plano, que se alejara del protagonista y la escena principal, buscar en otros escenarios, detrás de los focos, entre bambalinas, en las tomas falsas o en otro punto de enfoque para que no se fijara sólo en la tristeza argumental que hacía interesante nuestro drama. Pero entendí que esa lucha era un acto inútil, una pérdida de tiempo. Que mi yo salvaje nunca dejaría que actuara la razón ni daría un poco de brillo o cordura a esa historia.
Que por más que lo necesitara, yo quería otra cosa, quería el punto rojo en ese cielo, quería vendarme hasta el cuello y volver a caerme semanas después, quería experimentarlo todo hasta que acabase de matarme. Era la única forma de sentir. De no apuntar otro fracaso.
Notaba cómo serotonina disminuía hasta dejarme sin defensas y tú no parabas de martillear mi cabeza y apuñalar mi corazón. Pero un buen día las cosas cambiaron. Alguna pieza optó por encontrar algo de razón en mí y eliminó el trastorno para convertirlo en algo parecido a la paz interior.
Y fue entonces cuando me di cuenta de mi personalidad con tendencia a la depresión, al pensamiento autodestructivo. Cuando la luz me cegó, mudé de piel y con ella también mi punto de vista. Te quedaste en algún recoveco de los ayeres que no se pronuncian por miedo, en alguna parte desde ya no dueles y no te clavas en mí. A veces siento cómo intentas salir a nadar a contracorriente y llegar al corazón pero ni sístole ni diástole me permiten tal estupidez.
Así que vuelves al lugar donde eres sin estar, donde acumulo aprendizajes y errores a partes iguales.
Orgullo y resistencia escribe en indeleble la tinta de mi pluma y es porque por fin lo he conseguido: Estoy en el lado ganador y otra vez me quedo indefinidamente esperando que alguien leal me robe el trofeo. Me pueden las ganas del desconocido deseo infinito por sentirme de nuevo vulnerable en otros labios.