viernes, 30 de diciembre de 2011

Valiente.

"Si se puede morir de amor. Mucho tiempo me engañaron con falsas historias..."


Recuerdo cuando todo parecía bello y nuevo bajo el cielo.
Recuerdo cuando me quitaste el temor.
No vales madres, ¿Para que me diste valor si me ibas a dar tu miedo a besos?

Te ofrecí mi corazón para que te quedaras. Te ofrecí mi amor incondicional como pago para que estuvieras aquí. Y me cobraste con intereses. Y hoy, hoy que necesitas algo con que alimentarte ya no tengo nada. ¿Cómo te doy algo que ya no existe?


Y sí, es cierto, no me quería ir. No debía de irme.
Me iba porque no quería convertirme en un recuerdo, aunque ya lo era.
Me convertí en un recuerdo cuando me miraste y me dijiste “Te amo”. En ese momento me trasformaste en esto. Lo recuerdo.

La primera vez que trate de irme no pude. No di dos pasos cuando ya estaba de nuevo frente a ti, pidiéndote que me perdonaras mucho, que no podría irme. No di dos pasos cuando de nuevo estaba frente a ti, con el corazón en las manos, presentándome como “La persona que te amaría con todo el amor que necesites y no se iría aunque su corazón ya no pudiera soportar”, olvidando así la premisa de “Tener en mis manos lo que pueda sujetar y en mi corazón solo lo que pueda soportar”. De esa manera, de antemano te ofrecí quedarme hasta que tú sanaras o yo muriera de frío.  Nunca creí que sería la segunda opción.


 Después, te pregunte por tu corazón. “Si -, dijiste- Por aquí lo tengo. Ámame, te lo mostraré”, agregaste al tiempo que echabas una última mirada a lo que yo tenía entre las manos.  En seguida me mostraste un corazón seco, una masa inerte y  roja con injertos, pedazos faltantes y varillas para que no se terminara de romper. Temí por un momento, pero lo tome. Lo bueno de que tuvieras el corazón roto es que había podido ver que tenías corazón.  Lo metí en mi corazón  y te lo volví a ofrecer al tiempo que te decía “Te amo”, y pensaba que amar aún con mi amor propio herido podría ser riesgoso.  Tú me miraste y con lágrimas en los ojos, lo tomaste y te lo tragaste. Acto seguido tomaste mi mano y yo solté la tuya: “Por ahora caminaremos mucho y muy juntos, pero sin tomarnos de las manos. Si alguno de los dos tiene que morir no dolerá soltarnos. No dolerá la despedida”. Te abracé en silencio, lloramos. Me dijiste “Tengo miedo”. Y supe que no podía dejarte, ¿cómo dejarte si estabas asustado?
Yo no podía tener miedo. ¿MIEDO? Yo estaba ahí para levantarte, yo fui creada para amarte.
Amar aún con el amor propio herido es riesgoso, lo sabía.  Pero aun así, me quede.

 Me quede y me resistí a la fuerza del viento, que trataba de llevarme cuando yo trataba de limpiar tu alma que por el dolor que sentías se había convertido en un trapo sucio que iba a rastras directo al cementerio.
Me quede buscando los pedazos que le faltaban a tu fe, a tu amor propio, a tu valor. Pedazos que yacían por ahí rotos y descocidos esperando a ser remendados.
Me quede por tus besos que me ayudaron a seguir latiendo aun sin tener corazón.
Me quede por que tus besos le daban razón a mi vida.
Me quede y te seguí besando.

Me quede para sentir como empezabas a sanar. Y sí. Lo sentí. Empecé a sentir alegría en tus palabras y en tus abrazos y por un momento sentí, sentí que lo había logrado. Tú ya no eras mas un ente caminando solo, por ahí. Pero en ese momento lo vi. Una palabra o una simple actitud pueden matar por completo las ganas de luchar por alguien. Justo cuando iba a tomar tu mano giraste la cabeza y miraste el horizonte. Justo toque tus dedos cuando tú corriste. Te alejaste y me dejaste ahí.

Durante muchos días extrañe la piel de tus labios. Y luego llore porque no logre que la luz de nuestro sol brillara en tus ojos. Llore porque solo alimente la luz del tiempo con el afán de que algún día llegaras a ver todo con claridad. Llore porque fui tan imbécil que nunca me di cuenta de que los finales felices no son para todos. Porque tú y yo éramos un ejemplo de ello. Llore porque podría jurar que quería enojarme contigo el resto de mi vida…

Y después morí. Aunque no tenía corazón y sí tenía  muchas razones por las cuáles seguir latiendo… ¿Cómo vivir sin un corazón? ¿Cómo sin tus besos? Varías horas de llanto enterraron todas mis ganas de ser valiente.

Después, regresaste. Regresaste después de verte en el espejo y ver que no eras tú el del reflejo sino, más bien eras la clara imagen de la desolación. Regresaste cuando tus latidos te confesaron que me habías dado una muerte que no me correspondía. Regresaste cuando notaste que esa misma muerte se adueñaba poco a poco de ti.  Descubriste que sí se puede morir de tristeza, de esa pesadez en el pecho que poco a poco impide respirar y de esa única lágrima en la que puede hacerse presente el dolor más puro y más intenso.
Regresaste y ya era tarde. Te tragaste mi corazón, el latía dentro de ti.

Ahora, tu única compañera es la muerte. Va a tu lado mientras caminas en la oscuridad palpando los rostros de los demás.

Nunca comprendí que tal vez eras ciego. Que tal vez por eso no podías ver mi mano, que tendía hacia ti el día que huiste para que así soltaras tus miedos y tu pasado. No comprendí que vivías en un laberinto de dudas que nunca podría resolver porque no confiabas en mí. Tampoco entendí que tu corazón  lo había dañado el monstruo de la incertidumbre, y que solo tú lograste salir con vida de entre sus manos. No comprendía tantas cosas y sin embargo te entendía completamente.

No comprendí que yo a tu vida solo logré ponerle colores, y lo que tú necesitabas era visiones

lunes, 26 de diciembre de 2011

Dolor de cabeza.

-Me duele la cabeza-, me dijo él.  
-¿Quieres una aspirina?-, le pregunté. 
-No es tan fácil-, respondió. 
-No es tan fácil ¿que?´, repuse. 
Entonces el adquirió lo que yo llamo el estilo Mauricio Garcés, y luego de un suspiro respondió -¡TODO!-.

Y sí, en ese momento debí detener la plática.

Debí de haber dicho "¿Nos vamos?", instarlo a que pagara la cuenta. Huir.



Pero no. No. Agregué, como una perfecta imbécil: -Tal vez sea tu estómago, amor.

El sonrío irónicamente, con la actitud de alguien que ya lo sabe todo, ese tipo de sonrisa que te hace sentir miserable y mínimo. Sonrío y me dijo: -¡Qué niña eres!. Crees saber todo lo que me sucede.



Debo decir que cinco minutos antes de eso nada presagiaba la tormenta. El viento de nuestro amor soplaba plácida, suavemente. Entonces apareció el pinche dolor de cabeza.

-Lo nuestro no puede ser-. Agregó al fin.
-Pe..Pe...Pero amor, ¿qué pasa?-. Le conteste, mientras culpaba a ese putito dolor de cabeza.

-¿No has leído la última edición de New Scientist?.
-La verdad, no.
-¡Claro, qué te va a venir importando!. ¡La verdad es que yo te importó poco!- Estalló.
-Sí me importas, lo que pasa es que ni conozco la revista, ni sabía que tú la lees...
-¡No es cierto!. Si yo te importará sabrías que se hizo un estudio en Londres y se descubrió que el amor no esta en el corazón, esta en el cerebro.
Si te importara tantito, sabrías que las personas que participaron en el estudio se decían "perdidamente enamoradas", y se les sometió a resonancias magnéticas.

Si te importara, sabrías que cuatro zonas del cerebro se activaron por los sentimientos amorosos.
Pero no. No lo sabes. No lo sabes porque yo, ¡yo te valgo madres!- Dijo, al borde del colapso.
-Pero, flaquito-, le dije - ¿Qué tiene que ver eso con nosotros?.
-¡Todo, absolutamente todo! -. Repuso - ¿Tú crees que es normal qué me duela la cabeza en este justo momento?.
-Te ha dolido antes...

-Pero no de esta manera. !No¡. Definitivamente lo nuestro no puede ser.
-Y, ¿qué hacemos?- Le dije, al borde del llanto.

-Que terminemos-. Dijo con frialdad., luego, agregó- ¿O tienes una solución mejor?.


Pensé rápidamente. O eso traté de hacer. CARAJO. Estúpida revista, doctor, resonancia. Estúpidas personas que se dijeron enamoradas. Por su culpa, estaba ahí sentada, frente al amor de mi vida, sí, frente a ese hombre que en ese momento y por ese drama bien pudo haber pasado por una gran vagina andante; estaba ahí y no sabía qué hacer. De pronto, dije:

-¡Sí, ya lo tengo!. Hazte una resonancia mirando una foto mía. Así sabrás si en verdad me quieres.



Sí. Sé que no fue la mejor idea, pero ¿que más podía hacer?. A esas alturas de su dolor de cabeza, ¿qué mas podíamos perder?.


-¿Tienes una foto?-, agregó.


Saqué de inmediato mi cartera.


-Tengo esta de cuando era niña.
-Estabas bien peludita- Dijo, mientras sonreía.
-No, lo que pasa es que las estas viendo al revés- Le contesté- ¿Tú crees que sirva?.
-El ser es ser mientras sea-. Contestó mientras miraba filosóficamente al  horizonte. 


En ese momento, ahí, me di cuenta de cuanto miedo sentía. Por nada podía perder mi todo, él.


Tras pagar la cuenta, caminamos hacia el hospital más cercano. Caminamos, y aquí estoy. Estoy  en una sala de espera con el estomágo y el ser llenos de una extraña sensación. En ese momento, una complicadisíma maquina hecha en Japón estaba a punto de decidir el futuro.


Esa maquina tomaría tajadas del cerebro de mi novio -o ex novio-  y nos dirá lo que antes (para él) yo atribuía a su corazón. ¿Hay amor?. ¿No hay amor?. ¿Es un capricho?. ¿Será qué esta en días?. ¿Tenemos un futuro juntos?. Y, sobre todo, ¿sé le pasará, podrá volver a darle ese dolor de cabeza?.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Dejese de niñerias. Hable.

"Las palabras están subvaloradas. Se supone que una simple imagen dice más que mil de ellas y que, además, se las lleva cualquier ráfaga mediocre."


Existe un común acuerdo, y ese es que uno no debe decir cosas si no las siente y que, por lo general, se debe abstener de hacer promesas y más bien debe actuar de acuerdo con lo que siente. 
Pero desde hace un tiempo me he dado cuenta de la importancia de decir las cosas en dos tipos de situación:


 Situación #1

La positiva


Hace un tiempo salí con un tipo que me gustaba mucho; era de esos que sirven para hablar y para darle besos. 
Luego de salir por unos meses la cosa se acabó y, como todos, se volvió un buen amigo. 

Meses después de haber terminado nuestro cuento, caí en cuenta de algo: que nunca le dije que me gustaba. 

O sea, nos conocimos, empezamos a hablar, nos gustamos, nos dimos besos, salimos, terminamos. 
Pero en todo ese trayecto las palabras “me gustas” nunca salieron de mi boca.

Yo no lo decia porque YO creía que era obvio que le gustaba porque… pues… se me notaba, me ponia nerviosa con el y ansiaba a los viernes, no sé, habia algo. Pues como dije el cuento acabo y después de seis meses hablé con él sobre eso un día y me dijo que no. Que no era obvio, que durante esos meses creyó que estaba saliendo con él porque sí, como capricho. Como para olvidar. 

Ahí me di cuenta: Hay que decir las cosas. 

Así como a mí me gustaba que él me dijera las razones por las que yo le gustaba, lo normal habría sido que yo se lo dijera. 

Pero no lo hice, y no porque me abstuviera de hacerlo ni porque me diera miedo, sencillamente no se me ocurría.

Obviamente no defiendo la situaciones extremas en las que se han metido amigas mías "Él me dice que me ama pero me trata peor que a la señora que vende tortas de tamal en la esquina"  o amigos míos “La pinche vieja aparece cada dos meses, me da besos, me dice que me extraña y que me ama pero luego vuelve a desaparecer”

No estoy abogando por el uso de las palabras porque sí, como para sacar provecho de ellas. 

Lo que stoy es defendiendo es el uso de las palabras como un refuerzo de las situaciones: 
como una exteriorización de lo que se está pensando —porque generalmente la gente no tiene ni puta idea de lo que uno está pensando.

Niéguenmelo.
Situación #2


La negativa


En esta sí soy una cabrona, en esta me emperro... Pero mucha gente que conozco no. 

He sido testigo de esta situación: a un amigo le gusta una tipa, hablan, empiezan a salir, salen más, salen otro poquito más y después, por razones que varían en cada caso, él ya no quiere salir más con ella. 

En esos casos mis amigos siempre me dicen “Bueno, ¿Qué hago? Dejo de llamarla y me voy desapareciendo de a poquitos? O, ¿Cómo?” Y mi respuesta siempre es un “NO” gritado y acompañado de un regaño.

Cuando les pregunto, las razones por las que se van desaparenciendo de a poquitos pueden ser dos:

1) Por cobardía: siempre será incómodo terminarle a alguien. Y es preferible evitar las confrontaciones, sobre todo cuando ya han tenido encuentros con mujeres que les lloran o les hacen show.

Y yo les dido: "No sean nenas. La probabilidad de que les lloren o les partan la madre con su tacón mientras lloran y gritan es muy baja."

Ahí es que entra a jugar el segundo punto:

2) Por ser “Queridos”: así no tengan pruebas, siempre van a creer que las mujeres van a reaccionar mal a esas terminadas y, entonces,  en sus cabezas la forma más dulce, caballerosa y poco hiriente de sentimientos es ir cambiando sutilmente para que ellas se den cuenta solas de que todo cambió.Que consté que escribi "En sus cabezas" Porque ahi y solo ahi eso esta bien echo. 

Pues no. Eso está mal hecho. Pésimamente hecho. 

No soporto ver a mis amigas desesperadas por la incertidumbre de no saber qué es lo que le pasa al tipo que les gusta, y no poder decirles "No, no llores por él" Siendo que yo támbien he chillado como cerdo por alguien mas. Y tampoco soporto ver a mis amigos convertidos en cobardes que no son capaces de decir lo que piensan.

Y si. Yo probablemente, muy probablemente, soy una cobarde también a mi manera.Pero a eso me refiero: todos deberíamos salir ya de nuestras zonas de comodidad y empezar a decir lo que pensamos y sentimos cuando toca.

martes, 20 de diciembre de 2011

Otredad.

"Ya sé, ya sé lo que me da miedo: no quererte."


Hoy, cuando no podía dormir (mi rara costumbre) escuché a Yann Tiersen y su ”La Valse d'Amelie”. Es una canción sinceramente triste y no cabe duda de que a veces sólo es linda y a veces hace llorar. Aquí está el encuentro contigo en mi pensar. Tú representas mi otra parte. No compartimos identidad; ya, jamás seremos iguales.


Y es que tú, digo, tus letras; es decir, tu cabello, tus ojos, esa seriedad que a veces me enferma; quiero decir: tus labios, tus carcajadas. La manera en que te trato de examinar cuando se que estas triste. Mi angustia por defenderte ante tus miedos y abrazarte para que llores a escondidas y poder decirte que todo pasará. ¿Sabes? Nos duele.


Yo quiero decirte cosas graciosas, pero, digo, a ratos me doy cuenta de cuánto te extraño; es decir, te vivo en mí, desde lejos; quiero decir, te vas.


Yo revivo, en cada nuevo gesto descubierto, el conocimiento de ti. Descubro por qué me gustaste y cómo fue que te quise querer; es decir, te quise; quiero decir: te quiero.


Aquí yo ya no soy yo ni tú eres tú, pero somos alguien y nos sabemos expuestos porque nos conocimos, ¿no?


Hoy escuché a Tiersen y equivale a la suma involuntaria de recuerdos porque lo relaciono contigo, pero no son sólo buenos recuerdos. También lo relaciono con pésimos silencios y tus palabras cuando son gruesas y pesadas y caen como la peor novela que culmina con un final feliz y dos personajes disparejos.


Me recuerda una llamada telefónica que nunca he hecho y unas lágrimas, digo, tus ojos; es decir, mis ojos; quiero decir, cuando me aseguras que a alguien, que yo sé más importante, o sea tú, también me quiere.


Quiero alejarte, alejarte con toda la lejanía de los mares de todas las lágrimas y el dolor que esto pudiera causarnos. Abandonarte pero no dejarte solo porque sería irresponsable de mi parte. Yo quiero olvidarme de que existo porque entonces sé que vives.


Ya que estamos tan de cerca, ya que estamos tan lejos; veo en ti lo que fui.  Yo sé que no te pesa. A mí no me pesa, a mí me gusta; es decir, duele; quiero decir, quédate.


Luego cierro los ojos: aquí mi cintura, luego tus brazos alrededor, bajo mi suéter. Después mi cabeza, esa barbaridad que no piensa, la recargo entre tu hombro y tu cuello. Pasa la gente y acaricias mi cabello. Eres el viento con las manos. Muerdo, despacito, tus hombros. Ya no me gustas; es decir, me gustas; quiero decir, te amo. 


Hay un olor invariable. Sabemos que no es pasado lo que queda atrás. El tiempo no es infinito. Entonces, ¿por qué no me marcho?. Yo sigo y mientras te digo que me duele hablarte, pero no quiero dejar de hacerlo, que te quiero que no tiene sentido. Necesito darte un beso; quiero decir: quiero hacerlo.


La simpleza de la nosotros vive en que uno ya no puede verse vivo desde sí.


Entonces muerdo mis labios. Busco tus ojos. Se que un día besare tu mejilla y sonreiremos con los ojos lagrimosos.


Todos los tiempos pasados y el espacio ganado ahora nos alcanzan. Qué barbaridad reconocerse en algo ajeno.


Las palabras nos pesaron y esa oscuridad; es decir, la lluvia; quiero decir: todo el clima.  Sabes que ya es tarde y a ambos nos cuesta decir "te quiero".  Nuestro amor debe perpetuarse, sin embargo te gana el miedo. Pero hasta Goliat tenía un punto débil, David lo venció. Te voy venciendo. Entonces nos destapamos ¿qué nos queda por perder si ya no tenemos ni tiempo?. Como un murmullo, el silencio se acrecienta ante el balazo de las palabras: “también te quiero”. En ese momento besare tus labios. La soledad a veces, también se identifica con nosotros.


Repito el beso. Ahora ya somos iguales; es decir, amantes. 


Definitivamente nada es normal: me conocí en tu distancia.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Silencios

“Que quede claro que nunca en toda mi corta vida un silencio me había dolido tanto. Que quede en el registro”.

¿Sabías que tu silencio es mortal para mí en estos días? ¿No? Pues ahora lo sabes. Y te lo digo porque creo que lo has notado y aun así te quedas callado. No sé si tu silencio es porque lo necesitas o porque quieres entienda mensajes ocultos en el,
Muchas veces quise creer que te quedabas callado porque no tenías nada bueno que decir y en esos momentos no me gustaba, AMABA tu silencio. Tu silencio tan bonito, tan cómodo y tan apacible. Ese silencio que me hacía saber que estabas ahí, aunque no dijeras nada. Ese silencio que me mantenía a la expectativa sobre lo que me podrías decir. Y entonces yo también me quedaba callada, pensando en lo que te podría decir después o en posibles respuestas para las maravillas que seguramente dirías. Y digo maravillas porque eres tú ¿Qué más podría esperar de ti?

Y esos otros silencios en los que yo sentía ese terrible movimiento intestinal causado por algunas mariposas. Ese silencio en el que descubria que tu estúpido y defectuoso silencio se había convertido en algo así como una cualidad y yo ya había valido madres porque estaba enamorando.

Y después, había horas en las que no parábamos de hablar. El día, nuestras letras, pasiones imaginarias, cigarros que nunca fueron encendidos y sueños que no llegaron vivos a la hora de dormir.

Había un silencio en el que yo podía sentir que un buen día de estos te miraría los besos, te sentiría las palabras y te escucharía los silencios. Esos silencios que solo pueden crearlos los seres como tú, que llegan y cambian todo por completo; que se quedan grabados en canciones, en cajones y recuerdos.

Ahora, hay días en los que hay mucho silencio, y entonces mi corazón quiere salirse a toda costa. Hay días en los que tanto silencio guardado no encuentra otra puerta de salida más que mis ojos

Y ahora esta ese silencio que odio. El silencio que no me crea ni me destruye, tu silencio que solo me tortura.
¿A que edad le digo a mi corazón que ya no espere a que hables? ¿A las cuantas lagrimas le digo a mis ojos que no te leerán más? ¿A cuantos plazos temporales seguiras sin decirme la verdad?.

"Nos parecemos tanto que puedo sentir que te vas a ir."

Si un día me rehúso a seguir hablando no será es porque no te quiera. Será porque no puedo luchar por algo que sólo yo siento. Porque para mi serán necesarios esos silencios.

martes, 6 de diciembre de 2011

Setecientas Palabras

Para perdonar, no se trata de hacer borrón y cuenta nueva. Si no de arrancar la hoja y romper la en pedazos. Verla destruida es lo único que puede traernos alivio; decir "Ya paso" es más reconfortante que decir "Ya lo olvidé".
Y sí, con esto me doy cuenta de  que es cierto;  nunca jamás se olvida del todo.
Y sí, el olvido sin perdón jamás se olvida, si no también es una mentira que decimos espontáneamente por que sí, pero tampoco sirve llenar la mente con tristes o malos recuerdos, que lo único que hacen es amargarnos más la vida,
Porque todos creemos que con la inocente intención de olvidar todo marchará bien. Pero no. Hay que recordar siempre que hay una paradoja, que se vuelve maldición: “No podemos desechar el pasado y por lo tanto el futuro no es un papel en blanco”

Debemos de estar conscientes de que podemos no ver hacia átras. Pero si hacemos eso nos volveremos enemigos de nosotros mismos.

No podemos renunciar a las ruinas que vamos dejando. Y no debemos de sorprendernos porque el futuro no se plantee como una novedad brillante y reluciente. Como un hecho nuevecito y sin estrenar. Porque lo que pase en el futuro tendrá las boronas de lo que sucedió en tiempo átras. Lo que nos deja en la conclusión de que definitivamente el pasado que no es para nada pisado.

Admito que yo también aún hoy sigo intentando olvidar las imágenes más dolorosas de mi existencia y de ese gran amor.
Esas de las que uno se lamenta día a día y se pregunta: ¿Porque tuve que haber hecho o visto algo que no me convenía?  En ese momento, en ese instante, deberíamos de tener el orgullo que tuvimos para tomar lo que no debíamos y sabíamos de antemano que nos costaría y no decir: “Fue mi decisión y sé que probablemente me persiga toda la vida, jamás lo olvidare, me pesara. Siempre.”  Sí no, decirnos cosas como: “Ni modo miamigomaifrien la cagaste de nuevo. Solo que a la siguiente cagala a tu favor. Ahí te encargo.”
Después escribir lo que pensamos sobre lo mismo, romper la hoja en tiritas, tirar los pedacitos  al fuego, girar alrededor del mismo y hacer la danza de “La felicidad regreso.” Y eso solo para gozar de ese momento, de ese instante en que por un momento podemos ver como el pasado arde lentamente.

Si… Eso me alivia me alivia. Aunque irónicamente  les  debería decir que muchas veces guardamos tanto lo que sentimos, tratamos de esconder tanto tiempo nuestros errores, de no llorar; tantas veces vivimos enojados tanto tiempo que nuestro enojo se vuelve rabia, que ni una fogata enorme llegaría a quemar toda la angustia condensada que llevamos en el alma.
Y los más chistoso es cuando sin dejar ir lo que no funciona  tenemos la comiquísima idea de salir adelante. Decimos frases como “Lo lograré, esta vez si, cueste lo que cueste”

Pero mis amores, les tengo una mala noticia. Esas cosas, esos dolores: No dejan avanzar tan fácilmente, pero si jamás las hacen a un lado de sus viditas interferirán constantemente en la misma. Y cada vez que estén desprevenidos y piensen que todo ésta bien y todo ésta marchando a la perfección, les volverá a arruinar el día.

Así que, sí… El futuro es ya. Es ahora. El futuro es dejar lo que no nos sirve, lo que no nos sirvió y que (por favor, entiendan de una buena vez) no nos servirá.
El futuro es dejar de aferrarnos a algo. Dejar cambiar la frase “Sé que un día te dije que no estaría mas para ti. Pero sigo aquí, esperándote.” Por un: “¿Que? ¿Me extrañas? Órale… ¡Pero, si querías largarte! Ó ¿No, perro.?
De dejar el recuerdo triste o doloroso que nos puede evocar un libro, un cuaderno. De convertirlos en solo objetos si no trabajan a nuestro favor. De avanzar.

Siempre hacia adelante.

 *En esta parte ustedes sienten un baldazo de agua fría, les cae el veinte… O cualquiera de esas frases coloquiales que dan a entender que ya captaron, o que de menos por el momento ya no andarán de llorones. Sí, eso.*