"Si se puede morir de amor. Mucho tiempo me engañaron con falsas historias..."
Recuerdo cuando todo parecía bello y nuevo bajo el cielo.
Recuerdo cuando me quitaste el temor.
No vales madres, ¿Para que me diste valor si me ibas a dar tu miedo a besos?
Te ofrecí mi corazón para que te quedaras. Te ofrecí mi amor incondicional como pago para que estuvieras aquí. Y me cobraste con intereses. Y hoy, hoy que necesitas algo con que alimentarte ya no tengo nada. ¿Cómo te doy algo que ya no existe?
Y sí, es cierto, no me quería ir. No debía de irme.
Me iba porque no quería convertirme en un recuerdo, aunque ya lo era.
Me convertí en un recuerdo cuando me miraste y me dijiste “Te amo”. En ese momento me trasformaste en esto. Lo recuerdo.
La primera vez que trate de irme no pude. No di dos pasos cuando ya estaba de nuevo frente a ti, pidiéndote que me perdonaras mucho, que no podría irme. No di dos pasos cuando de nuevo estaba frente a ti, con el corazón en las manos, presentándome como “La persona que te amaría con todo el amor que necesites y no se iría aunque su corazón ya no pudiera soportar”, olvidando así la premisa de “Tener en mis manos lo que pueda sujetar y en mi corazón solo lo que pueda soportar”. De esa manera, de antemano te ofrecí quedarme hasta que tú sanaras o yo muriera de frío. Nunca creí que sería la segunda opción.
Después, te pregunte por tu corazón. “Si -, dijiste- Por aquí lo tengo. Ámame, te lo mostraré”, agregaste al tiempo que echabas una última mirada a lo que yo tenía entre las manos. En seguida me mostraste un corazón seco, una masa inerte y roja con injertos, pedazos faltantes y varillas para que no se terminara de romper. Temí por un momento, pero lo tome. Lo bueno de que tuvieras el corazón roto es que había podido ver que tenías corazón. Lo metí en mi corazón y te lo volví a ofrecer al tiempo que te decía “Te amo”, y pensaba que amar aún con mi amor propio herido podría ser riesgoso. Tú me miraste y con lágrimas en los ojos, lo tomaste y te lo tragaste. Acto seguido tomaste mi mano y yo solté la tuya: “Por ahora caminaremos mucho y muy juntos, pero sin tomarnos de las manos. Si alguno de los dos tiene que morir no dolerá soltarnos. No dolerá la despedida”. Te abracé en silencio, lloramos. Me dijiste “Tengo miedo”. Y supe que no podía dejarte, ¿cómo dejarte si estabas asustado?
Yo no podía tener miedo. ¿MIEDO? Yo estaba ahí para levantarte, yo fui creada para amarte.
Amar aún con el amor propio herido es riesgoso, lo sabía. Pero aun así, me quede.
Me quede y me resistí a la fuerza del viento, que trataba de llevarme cuando yo trataba de limpiar tu alma que por el dolor que sentías se había convertido en un trapo sucio que iba a rastras directo al cementerio.
Me quede buscando los pedazos que le faltaban a tu fe, a tu amor propio, a tu valor. Pedazos que yacían por ahí rotos y descocidos esperando a ser remendados.
Me quede por tus besos que me ayudaron a seguir latiendo aun sin tener corazón.
Me quede por que tus besos le daban razón a mi vida.
Me quede y te seguí besando.
Me quede para sentir como empezabas a sanar. Y sí. Lo sentí. Empecé a sentir alegría en tus palabras y en tus abrazos y por un momento sentí, sentí que lo había logrado. Tú ya no eras mas un ente caminando solo, por ahí. Pero en ese momento lo vi. Una palabra o una simple actitud pueden matar por completo las ganas de luchar por alguien. Justo cuando iba a tomar tu mano giraste la cabeza y miraste el horizonte. Justo toque tus dedos cuando tú corriste. Te alejaste y me dejaste ahí.
Durante muchos días extrañe la piel de tus labios. Y luego llore porque no logre que la luz de nuestro sol brillara en tus ojos. Llore porque solo alimente la luz del tiempo con el afán de que algún día llegaras a ver todo con claridad. Llore porque fui tan imbécil que nunca me di cuenta de que los finales felices no son para todos. Porque tú y yo éramos un ejemplo de ello. Llore porque podría jurar que quería enojarme contigo el resto de mi vida…
Y después morí. Aunque no tenía corazón y sí tenía muchas razones por las cuáles seguir latiendo… ¿Cómo vivir sin un corazón? ¿Cómo sin tus besos? Varías horas de llanto enterraron todas mis ganas de ser valiente.
Después, regresaste. Regresaste después de verte en el espejo y ver que no eras tú el del reflejo sino, más bien eras la clara imagen de la desolación. Regresaste cuando tus latidos te confesaron que me habías dado una muerte que no me correspondía. Regresaste cuando notaste que esa misma muerte se adueñaba poco a poco de ti. Descubriste que sí se puede morir de tristeza, de esa pesadez en el pecho que poco a poco impide respirar y de esa única lágrima en la que puede hacerse presente el dolor más puro y más intenso.
Regresaste y ya era tarde. Te tragaste mi corazón, el latía dentro de ti.
Ahora, tu única compañera es la muerte. Va a tu lado mientras caminas en la oscuridad palpando los rostros de los demás.
Nunca comprendí que tal vez eras ciego. Que tal vez por eso no podías ver mi mano, que tendía hacia ti el día que huiste para que así soltaras tus miedos y tu pasado. No comprendí que vivías en un laberinto de dudas que nunca podría resolver porque no confiabas en mí. Tampoco entendí que tu corazón lo había dañado el monstruo de la incertidumbre, y que solo tú lograste salir con vida de entre sus manos. No comprendía tantas cosas y sin embargo te entendía completamente.
No comprendí que yo a tu vida solo logré ponerle colores, y lo que tú necesitabas era visiones