"Ya sé, ya sé lo que me da miedo: no quererte."
Hoy, cuando no podía dormir (mi rara costumbre) escuché a Yann Tiersen y su ”La Valse d'Amelie”. Es una canción sinceramente triste y no cabe duda de que a veces sólo es linda y a veces hace llorar. Aquí está el encuentro contigo en mi pensar. Tú representas mi otra parte. No compartimos identidad; ya, jamás seremos iguales.
Y es que tú, digo, tus letras; es decir, tu cabello, tus ojos, esa seriedad que a veces me enferma; quiero decir: tus labios, tus carcajadas. La manera en que te trato de examinar cuando se que estas triste. Mi angustia por defenderte ante tus miedos y abrazarte para que llores a escondidas y poder decirte que todo pasará. ¿Sabes? Nos duele.
Yo quiero decirte cosas graciosas, pero, digo, a ratos me doy cuenta de cuánto te extraño; es decir, te vivo en mí, desde lejos; quiero decir, te vas.
Yo revivo, en cada nuevo gesto descubierto, el conocimiento de ti. Descubro por qué me gustaste y cómo fue que te quise querer; es decir, te quise; quiero decir: te quiero.
Aquí yo ya no soy yo ni tú eres tú, pero somos alguien y nos sabemos expuestos porque nos conocimos, ¿no?
Hoy escuché a Tiersen y equivale a la suma involuntaria de recuerdos porque lo relaciono contigo, pero no son sólo buenos recuerdos. También lo relaciono con pésimos silencios y tus palabras cuando son gruesas y pesadas y caen como la peor novela que culmina con un final feliz y dos personajes disparejos.
Me recuerda una llamada telefónica que nunca he hecho y unas lágrimas, digo, tus ojos; es decir, mis ojos; quiero decir, cuando me aseguras que a alguien, que yo sé más importante, o sea tú, también me quiere.
Quiero alejarte, alejarte con toda la lejanía de los mares de todas las lágrimas y el dolor que esto pudiera causarnos. Abandonarte pero no dejarte solo porque sería irresponsable de mi parte. Yo quiero olvidarme de que existo porque entonces sé que vives.
Ya que estamos tan de cerca, ya que estamos tan lejos; veo en ti lo que fui. Yo sé que no te pesa. A mí no me pesa, a mí me gusta; es decir, duele; quiero decir, quédate.
Luego cierro los ojos: aquí mi cintura, luego tus brazos alrededor, bajo mi suéter. Después mi cabeza, esa barbaridad que no piensa, la recargo entre tu hombro y tu cuello. Pasa la gente y acaricias mi cabello. Eres el viento con las manos. Muerdo, despacito, tus hombros. Ya no me gustas; es decir, me gustas; quiero decir, te amo.
Hay un olor invariable. Sabemos que no es pasado lo que queda atrás. El tiempo no es infinito. Entonces, ¿por qué no me marcho?. Yo sigo y mientras te digo que me duele hablarte, pero no quiero dejar de hacerlo, que te quiero que no tiene sentido. Necesito darte un beso; quiero decir: quiero hacerlo.
La simpleza de la nosotros vive en que uno ya no puede verse vivo desde sí.
Entonces muerdo mis labios. Busco tus ojos. Se que un día besare tu mejilla y sonreiremos con los ojos lagrimosos.
Todos los tiempos pasados y el espacio ganado ahora nos alcanzan. Qué barbaridad reconocerse en algo ajeno.
Las palabras nos pesaron y esa oscuridad; es decir, la lluvia; quiero decir: todo el clima. Sabes que ya es tarde y a ambos nos cuesta decir "te quiero". Nuestro amor debe perpetuarse, sin embargo te gana el miedo. Pero hasta Goliat tenía un punto débil, David lo venció. Te voy venciendo. Entonces nos destapamos ¿qué nos queda por perder si ya no tenemos ni tiempo?. Como un murmullo, el silencio se acrecienta ante el balazo de las palabras: “también te quiero”. En ese momento besare tus labios. La soledad a veces, también se identifica con nosotros.
Repito el beso. Ahora ya somos iguales; es decir, amantes.
Definitivamente nada es normal: me conocí en tu distancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario